Autor: Octavio Rossell Tabet
Fundador del Congreso Nacional de Software Libre y reconocido impulsor del movimiento en Latinoamérica
Del paleolítico a la era del átomo
El conocimiento humano se ha comunicado generación tras generación y se ha registrado principalmente mediante la escritura. La línea de avance en ese conocimiento se ha ido dibujando lentamente, en la cual se han definido varias “eras”, las cuales reciben su nombre de los elementos de la naturaleza con los cuales se fabrica las herramientas: la piedra, el cobre, el bronce y el hierro.
El dominio del fuego y la agricultura fueron los hitos que hicieron posible todo lo anterior. Ningún otro avance tecnológico había incidido en la evolución de la especie con igual o mayor magnitud… hasta el siglo pasado.
En la primera década del siglo XX, el término “átomo”, del griego “ἄτομος” (α – sin / τόμος – sección), dejó de significar “indivisible”: se había demostrado mediante una medición directa la existencia del electrón, que aceleró la comprensión de fenómenos físicos como el electromagnetismo y el uso práctico de los semi-conductores.
Este avance tecnológico tuvo incidencia en todas las actividades de la especie humana, casi sin excepciones. La medicina pudo estudiar los organismos con herramientas que antes no existían, como la máquina de rayos X; la música pudo crear sonidos ya no usando la vibración de los materiales, sino a través de síntesis y circuitos electrónicos; se pudo crear energía manipulando elementos químicos distintos, incluso se crearon nuevos elementos… La lista es inmensa, pero la manera de entender la naturaleza y el universo cambiaron para siempre.
Hace unos 5.000 años se comenzó a usar el lenguaje escrito. El uso cotidiano de la informática y la computación tiene apenas unos 50 años, es decir, solo el 0.01% de la historia humana ha trascurrido con el uso de esta tecnología y, en ese campo en especial, el crecimiento evolutivo del computador como herramienta de trabajo ha sido exponencial.
Desde la imprenta hasta la actualidad, la curva de crecimiento de la comunicación ha experimentado un ascenso exponencial, casi asintótico. Ninguno de los otros anteriores grandes hitos de la tecnología, ni el dominio del fuego o la rueda, logró tal nivel de integración como un gran sistema que interconecta a casi la totalidad de las personas que viven en el mundo, operando en todos los rincones del quehacer humano.
La invención del transistor, hijo directo de la comprensión de la física cuántica y los semiconductores, fue el verdadero punto de ignición. Este pequeño dispositivo hizo posible la miniaturización de la electrónica, llevando directamente al circuito integrado, al microprocesador y, por ende, a la computadora personal e internet. Así, la era del átomo se convirtió en “la era de la Información”. Sin embargo, esta nueva era trajo consigo una paradoja que habría sido incomprensible para los pilares de la ciencia moderna.
La era de la Información
Platón (427-347 a.C.) definió el concepto de “Idea” (del griego: εἶδος – eidos / ἰδέα – idea), estableciendo en su filosofía una clara distinción entre el mundo de las ideas (lo inteligible), que en este contexto es sinónimo de “forma”, y el mundo de lo material (o sensible). El mundo de las ideas definido por este personaje de la Grecia Antigua es algo eterno (diríamos actualmente “divino”), mientras todo aquello que es material (que es tangible) es una representación o manifestación de la idea. Platón llamaba a eso el “Conocimiento Verdadero”, un reino abstracto pero accesible a través de la razón y el diálogo colectivo (la mayéutica). El conocimiento era un bien común, una luz que, al compartirse, iluminaba a todos sin menguar para quien la poseía.
Ese concepto estuvo vigente más de 2.500 años… hasta el siglo pasado.
Desde la antigüedad hasta hace muy poco, era absurdo que cualquier descubrimiento, idea o incluso conjetura se ocultara de la vista pública. Luis Pasteur, Charles Darwin, Marie Curie, Gregor Mendel, James Clerk Maxwell, Michael Faraday y una inmensa lista donde los anteriores son sólo algunos ejemplos insignes, todos ellos, por norma y costumbre, al llegar a la conclusión de una idea (ante un hallazgo científico, por ejemplo), lo primero que tenían en mente era publicar y compartir las conclusiones de su trabajo: compartir su conocimiento.
Sin embargo, en el mismo siglo pasado se consolidó una organización cuya finalidad se orientaba a “proteger” el conocimiento. Su fundamento legal se basó en la definición de “patentes” como un acuerdo internacional para garantizar esta “protección”.
Cuando una patente registra una “idea” restringiendo el acceso a su conocimiento (argumentando privilegiar las posibilidades de ganancias económicas del “dueño de esa idea”), además de contradecirse con Platón, hace un grave daño al avance científico, especialmente en los países que no pertenecen al “primer mundo” (casi el 80 % de los países no forman parte de este grupo).
El mismo nombre de esta organización (OMPI) contiene contradicciones preocupantes que no ahondaré en el presente texto, pero sí en uno que invito a leer con detenimiento:
https://www.gnu.org/philosophy/not-ipr.es.html
En resumen, el texto al cual apunta el vínculo anterior nos advierte que, al usar el término “Propiedad Intelectual”, se hace referencia a un conjunto de leyes y contratos como el derecho de autor, el registro de marcas, el secreto industrial y las patentes, sin distingo, al menos en principio.
Las patentes y el absurdo
Así entonces, en la segunda mitad del siglo XX se comenzaron a “patentarse las ideas”, llegando a límites surrealistas (casi dadaístas). Veamos algunos ejemplos de patentes que actualmente están vigentes en el área de la informática:
- Deslizar para desbloquear: Apple patentó el gesto de deslizar el dedo para desbloquearpantallas táctiles, a pesar de que ya existía en otros dispositivos antes. Esto llevó a demandas contra competidores como Samsung.
- Presionar para llamar: Apple nuevamente registra como patente la acción de tocar un número en un mensaje para iniciar una llamada. HTC fue demandada por infringir esta patente.
- Tableta rectangular: Apple (¡sorpresa!) patentó la forma rectangular con bordes redondeados en tablets, ignorando que era un diseño genérico previo.
- Subir/bajar página: Microsoft registró en 2008 las teclas «Page Up/Down» para navegación vertical, pese a existir desde los años 80.
Pudiera alargar esta lista hasta niveles realmente extensos. He citado algunas del área de la informática, pero en todas las áreas del conocimiento hay ideas registradas que difícilmente pasarían una prueba de coherencia. Por ejemplo, si construyes un columpio y te balanceas hacia los lados (en vez de hacia adelante y hacia atrás, como es común), estás infringiendo una patente. Para los incrédulos, les dejo el vínculo al documento:
https://patents.google.com/patent/US6368227
Ese ejemplo es el extremo ridículo de la pirámide, pero veamos otros que dan menos risa:
- El gen del cáncer de mama: Myriad Genetics logró patentar los genes BRCA1 y BRCA2 diagnósticos para estas mutaciones, encareciendo el proceso y limitando la investigación. La Corte Suprema de EE.UU. acabó revocándola en 2013, pero sentó un precedente alarmante.
- Farmaindustria y los medicamentos esenciales: las patentes sobre fórmulas de medicamentos mantienen los precios artificialmente altos, negando el acceso a tratamientos que salvan vidas en países en desarrollo. La lucha por los antirretrovirales genéricos para el VIH/sida es el ejemplo más claro.
- Semillas Terminator: Compañías como Monsanto (ahora Bayer) han desarrollado y patentado semillas genéticamente modificadas para ser estériles en la segunda generación, obligando a los agricultores a comprar nuevas semillas cada temporada, en lugar de guardar parte de la cosecha. Esto ata la soberanía alimentaria a un contrato comercial.
El problema es que el hallazgo de un nuevo conocimiento en la actualidad venga acompañado por una pulsión inmediata de “registrar” la idea bajo la creencia de que sólo con una “patente” se pueda “proteger” el derecho comercial de los productos que se deriven de la aplicación de esa idea. Progresiva y sistemáticamente, el gozo de la creación y la inventiva, incluso el estudio mismo, el gusto mismo por aprender y enseñar ciencia, se convierte en un campo minado, pues es muy posible que alguno de los elementos que componen cualquier idea que se nos ocurra pueda estar infringiendo los términos de alguna patente, por ejemplo:
Te propones desarrollar un programa que, al presionar un botón dos veces, se muestre un emoticón. Sin entrar en los problemas de patentes y licencias de software que se relacionan con ese simple proyecto, presionar el botón dos veces (doble click) está patentado:
https://patents.google.com/patent/US6727830B2/en
Soy entusiasta del movimiento por el Software Libre. En el Sistema Operativo GNU/Linux hay un programa muy conocido para la edición de imágenes llamado GIMP. Hay personas que rechazan usar este maravilloso desarrollo, pues no es posible exportar un archivo usando el formato de colores CMYK usado para la impresión (con pigmentos de colores). Si GIMP desea incluir esta funcionalidad, ya no pudiera ser
Software Libre debido a implicaciones en las condiciones de uso (la licencia del programa). Asimismo, el uso de colores PANTONE sufre la misma condición en este software.
Casi cualquier producto electrónico fabricado en la actualidad posee partes y piezas de hardware y de software que nos está prohibido saber cómo funcionan. A veces, incluso es desconocido esto en las fábricas que ensamblan estos misteriosos componentes y, por supuesto, este conocimiento tampoco está disponible en las universidades que intentan graduar profesionales serios, conocedores de estas áreas.
Sin entrar en la discusión de la balanza que valora la privacidad sobre la seguridad y viceversa, analicemos esta situación que, a partir del caso de persecución a Edward Snowden, ya no es una suposición sino un hecho comprobado:
Nuestros teléfonos celulares pueden escuchar a varios metros de distancia cualquier conversación, identificar las palabras pronunciadas y convertirlas en texto, almacenar todos los mensajes enviados y recibidos, capturar la posición geográfica con tiempos y patrones de permanencia y vincular todo lo anterior con la identidad de la persona que posee el dispositivo. No hace falta desarrollar esta idea para llegar a una conclusión que, antes de Snowden, estaba reservada para “lunáticos teóricos de la conspiración”.
Fabricantes de teléfonos celulares se han jactado de sus funcionalidades de ubicación en caso de pérdidas. La empresa BlackBerry añadía la funcionalidad de encender el teléfono remotamente, si estaba apagado, para emitir la señal de su ubicación. Lee bien: “si el teléfono estaba apagado, lo podías encender remotamente”. ¿Cómo iba a escuchar la orden de encenderse si estaba apagado?” Es fácil concluir que nunca estuvo apagado del todo, añadiendo como corolario que captar y almacenar el audio de un micrófono es posible hacerlo con un imperceptible consumo de la batería.
Conocimiento Denegado
El Conocimiento Denegado atrofia el acervo científico de cualquier nación, puesto que convierte al estudio y la creación en una actividad peligrosamente sujeta a violaciones de las leyes de la equivocadamente llamada “Propiedad Intelectual”.
Ningún experto puede estudiar cómo funcionan gran parte del hardware y del software que opera en la casi totalidad de los sistemas que usamos actualmente. Estas novedades tecnológicas no pueden investigarse en las universidades de nuestros países: está prohibido por los fabricantes estudiarlas y, por tanto, es imposible aprender a fabricarlas. Es imposible ser experto en un área del saber en estas condiciones.
¿Cómo puede cualquier país desarrollarse en estas condiciones, cuando hay tanta debilidad e ignorancia sistemáticamente generada y ciegamente aceptada?
El Conocimiento Denegado crea una dependencia tecnológica perpetua. Los países que no pueden estudiar, modificar y fabricar su propia tecnología están condenados a ser simples consumidores y ensambladores de productos finales. La brecha digital y tecnológica no se reduce: se amplía.
Además, la imposibilidad de auditar el software y hardware que usamos (especialmente el software privativo) tiene implicaciones gravísimas para la seguridad nacional y la privacidad individual. ¿Cómo podemos confiar en que un sistema operativo o una aplicación no tienen puertas traseras (‘backdoors’) si su código fuente es un secreto comercial? De nuevo, no me canso de afirmarlo: el caso Snowden demostró que esta no es una paranoia infundada, sino una realidad. La falta de transparencia es el caldo de cultivo perfecto para el espionaje y el control.
Una solución del problema
Si la razón de registrar una patente es “proteger” los derechos del creador de una idea y definir las condiciones para el estudio, fabricación y uso de una idea al ser compartida públicamente, existe un modelo de licenciamiento que hace esto posible, sin contradecir los derechos del autor ni las implicaciones comerciales.
Si el objetivo es realmente fomentar la innovación y proteger al creador sin estrangular el avance colectivo, existen alternativas al modelo actual de patentes privativas:
- Para el Software y la Cultura: Licencias de Software Libre (compatibles con la GNU GPL), licencias de Código Abierto y Creative Commons. Estas licencias, lejos de regalar el trabajo, protegen la autoría y establecen las condiciones de uso. El modelo de negocio deja de basarse en vender “cajas” con contenido secreto, y se traslada a la personalización, soporte técnico, consultoría y servicios de valor añadido alrededor de un estándar abierto y auditable. Empresas como Red Hat o WordPress han demostrado que este modelo es no sólo viable, sino enormemente exitoso.
- Para la Ciencia y la Tecnología Física: Hardware Abierto y Patentes Abiertas. Movimientos como el “Open Source Hardware” promueven la liberación de planos, esquemas y diseños para que cualquiera pueda estudiar, modificar, fabricar y distribuir dispositivos. Proyectos como Arduino, ESP32 y Raspberry Pi son ejemplos de su poder democratizador.
- Para la Academia: Acceso Abierto (Open Access). La investigación financiada con fondos públicos debe ser de acceso público. Pagar por acceder a papers científicos es otra forma de «Conocimiento Denegado» que frena la ciencia en países con menos recursos.
Además, existen iniciativas de patentes abiertas o ‘patent pools’, donde los titulares licencian sus patentes de manera gratuita o razonable para fines de investigación o para ciertos usos, asegurando que el conocimiento no quede bloqueado. La lucha contra el COVID-19 vio cómo se compartían temporalmente patentes de vacunas para agilizar su producción global, una admisión tácita de que el modelo cerrado falla en emergencias.
“El conocimiento es poder”, efectivamente. Pero en el siglo XXI, quien controla el acceso al conocimiento concentra ese poder de una manera sin precedentes. La pregunta que debemos hacernos es: ¿estamos usando ese poder para iluminar, o para ocultar?
Las verdaderas guerras que deberían librarse en el futuro no deberían ser por los recursos naturales, sino por el derecho a saber. Con eso se logrará descubrir mucho mejor cómo esos recursos alcanzan para todos, como era pues… hasta el siglo pasado.
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