David Bastardo.- Cada 10 de abril se celebra el Día Mundial de la Ciencia y la Tecnología para honrar los importantes avances que desde este nicho continúan beneficiando a la humanidad. La ocasión es propicia para reflexionar sobre la forma en que la ciencia y la tecnología influyen en nuestra vida y por qué el uso y la promoción de las tecnologías libres son una labor de primer orden.
Nos encontramos en una época determinada por la recolección, el manejo y el intercambio de datos. Con mayor razón, revisar los fundamentos de las tecnologías libres confiere un imperioso sentido de seguridad. A diferencia de lo que dictan las narrativas hegemónicas de las telecomunicaciones, el intercambio de software abierto no es algo excéntrico, ni novedoso. El software libre es tan antiguo como la misma computación; así lo recuerda el padre del sistema operativo GNU/Linux, Richard Stallman, en su libro Software libre para una sociedad libre.
El contexto en el que surge la militancia por el software libre no fue nada sencillo. Desde los albores de esta resistencia informática, las innovaciones tecnológicas apuntaron progresivamente a polarizar las herramientas de desarrollo y a impedir que se compartieran los soportes con los usuarios. Ya en la década de 1980, la importante comunidad de hackers conocida como AI Lab fue obligada a desaparecer. En los años sucesivos, los antiguos hackers del AI Lab se vieron en la necesidad de insertarse en el mercado laboral, donde la industria informática amenazaba con privatizar y hacer menos libre el acceso a las tecnologías.
Como menciona Stallman en la publicación ya citada: «Todo ello significaba que antes de poder utilizar un ordenador tenías que prometer no ayudar a tu vecino. Quedaban así prohibidas las comunidades cooperativas. Los titulares de software propietario establecieron la siguiente norma: 'Si compartes con tu vecino, te conviertes en un pirata. Si quieres hacer algún cambio, tendrás que rogárnoslo'».
Lo que había empezado como un fenómeno esencialmente democrático ‒compartir el software– se convertía ahora en una estructura privada, cerrada y vertical, que castigaba la libertad, la iniciativa y el sentido de comunidad de los usuarios. Al contrario de lo que pudiera pensarse, con el desarrollo subsiguiente de las tecnologías, éstas se han hecho menos libres y nuestros datos se encuentran más vulnerables que nunca. Hoy en día, los que aspiran a un ejercicio compartido e independiente de estas herramientas son unos verdaderos revolucionarios.
Una notoria contribución de Stallman a este debate reside en las nociones de tipo jurídico que se proponen argumentar la propiedad libre del software desde el derecho natural. El primer error lógico en el argumento que utilizan las empresas de telecomunicaciones, de acuerdo con este insigne activista de los derechos digitales, consiste en atribuirse propiedad sobre el software. Puesto que es una cuestión que no fue decidida por nadie, sino que opera con base a la entropía de las cosas, no existe ninguna justificación ontológica de la propiedad privada del software. De convertirse esta posibilidad en algo real, todas las personas que usan dicha herramienta informática pasarían a estar bajo el control de los propietarios del software, en lo que Stallman denomina «sistema social antisocial de las tecnologías de información».
Entre muchas críticas que pueden hacerse al sistema, subsisten otras dos de gran importancia. Por un lado, los oligopolios tecnológicos han persuadido a la humanidad de que el único atributo importante de una herramienta de software es el uso que se le da, cuando ello no es así. Innumerables factores de peso, que carácter estructural y formal, humano y subjetivo, adaptan a las herramientas hasta darles una orientación totalmente única y tendenciosa, que sirve a los fines de sus desarrolladores. Pretender que los usuarios ignoren este hecho los convierte en sujetos pasivos frente a los intereses de las empresas.
Por otro lado, la otra suposición general en torno a este tema es que las empresas desarrolladoras de software son las mejor acreditadas para producir innovaciones de calidad, siendo que esta clase de trabajo puede ser emprendida por desarrolladores particulares sin necesidad de cadenas.
De manera que la batalla por el software libre consiste en mucho más que sólo cuestiones de recursos y de medios. Esencialmente, esta lucha es de carácter filosófico. Exige, más que el compromiso de los usuarios de las tecnologías de información, su voluntad de revisar las nociones asociadas a ellas. Mientras más y mejor se cuestionan las premisas hegemónicas de las tecnologías de información, habrá más concientización en materia de libertad informática. La difusión y proliferación del software libre dejará de ser un proyecto utópico y pasará a ser una realidad.